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A pesar de las similitudes de la fórmula uribista con la de Trump, es impreciso decir que es una copia. Desde su primer gobierno, el entonces presidente Uribe acudió a este tipo de ataques. El 8 de septiembre de 2003, durante la posesión del comandante de la Fuerza Aérea Colombiana, dijo que “aparecieron colectivos y abogados, bajo uno y otro nombre, voceros de terrorismo”.
Tres días después, en un discurso público en Chita (Boyacá), planteó que esa comunidad no había recibido solidaridad por parte de los defensores de derechos humanos: “¿dónde están los actos de solidaridad, siquiera las expresiones de solidaridad, de tantos hablantinosos de derechos humanos?”.
El 16 de junio de 2004, en un discurso presentado en la Escuela de Policía, atacó a Amnistía Internacional por su supuesto silencio ante un atentado guerrillero. Dijo: “Amnistía Internacional, la misma que abusa de su buen nombre para ir a acusar a la Fuerza Pública colombiana, para ir a maltratarla con la maledicencia, a maltratarla con la calumnia” (…) “que Amnistía Internacional escoja con quien se queda: si se queda con los que degollaron ayer a los 34 campesinos de La Gabarra, si se queda con los terroristas que han asesinado a nuestros policías y soldados”.
En noviembre de 2008, durante un consejo comunitario en Envigado (Antioquia), atacó a Human Rights Watch y a su director para las Américas. En su discurso señaló: “quiero recordarle al señor Vivanco que él no es el profesor nuestro en derechos humanos y que no lo recibimos como tal, que aquí le perdimos el respeto hace mucho rato”.
Las acusaciones de Álvaro Uribe no fueron solamente contra ONG. Periodistas también fueron atacados. En septiembre de 2014, ya siendo senador, acusó a Canal Capital y Telesur de medios de comunicación “serviles del terrorismo”. Igual ha hecho con Daniel Coronell, a quien ha señalado en varias ocasiones de narcotraficante. Y con Yohir Akerman, a quien acusó de militante del ELN. En estos dos casos, los ataques fueron posteriores a columnas de opinión que lo cuestionaban.
La lista de ataques contra los críticos del proyecto político de Uribe es muchísimo mayor. Los anteriores ejemplos sólo son una muestra para evidenciar que no es nuevo dentro de su carrera política acusar a sus contradictores de delincuentes. A esto hay que sumarle que, salvo en el caso de Canal Capital, ningún ataque ha tenido consecuencias jurídicas.
Pero, entonces, ¿sólo son coincidencias las fórmulas de Trump y Uribe? No del todo. Aunque Uribe ha usado la calumnia como herramienta de control de la oposición, con la llegada de la campaña electoral colombiana muchas acciones del uribismo parecen calcadas de Trump. Una primera es homogenizar en un solo bloque al gobierno con los medios de comunicación. Si bien es irónico que hoy critique a unos medios que lo apoyaron y hasta guardaron silencio por sus arbitrariedades, los réditos políticos son claros: cobijar con un manto de duda información que beneficie a sus contradictores y debilite su campaña (por ejemplo, los aspectos positivos del fin del conflicto con las FARC-EP).
Otra acción muy similar a la de Trump es separarse del “establecimiento”. A pesar de que Uribe y muchos de los políticos que lo acompañan son representantes históricos de los grupos hegemónicos en Colombia (Valencia Cossio y Gómez Martínez, en Antioquia; la familia Guerra, en Sucre; la familia Araujo, en Cesar, entre muchos otros), el Centro Democrático inició una campaña en redes en las que señala a partidos abiertamente distintos, como la Alianza Verde, el Polo Democrático, el partido Liberal y el partido de la U, de ser un solo bloque que ha gobernado en detrimento de las mayorías durante los últimos ocho años. En campaña parece muy astuto dejar en una sola orilla a los “culpables” de los problemas del país, mientras que en la otra se muestran exentos a cualquier responsabilidad.
La reivindicación del anti-centrismo también es común en las campañas de Trump y Uribe. A raíz de varios artículos publicados en El Espectador y Semana, el Centro democrático está posicionando en redes sociales otra campaña donde muestra a los antioqueños como víctimas de una élite bogotana que los menosprecia. En días recientes, el exalcalde de Medellín, Gómez Martínez, publicó una extensa columna en El Colombiano criticando las asignaciones presupuestales provenientes del nivel central y enalteciendo el porcentaje de gasto que asume Antioquia para sus propias obras de infraestructura. Esto, sumado a la polémica por la pertenencia a Chocó del municipio de Belén de Bajirá, permite visualizar que la campaña del Centro Democrático usará el regionalismo como arma de batalla.
Lo que vendrá es una campaña política realmente sucia. A los ataques históricos que acostumbra hacer el uribismo contra opositores, hay que sumarle la construcción de un nuevo enemigo interno: un bloque conformado por partidos, medios de comunicación y otros actores relevantes en el que no importa las enormes diferencias que hay entre unos y otros (no son lo mismo RCN Noticias y Noticias Uno; tampoco lo son el Polo democrático y el partido de la U) vs. un Centro Democrático que tendría la potencia de acabar con este centralismo-elitismo.