En el Mercado de Sopocachi en La Paz, Bolivia, asistí a una conversación que sostenía una niña y su mamá (la caserita a la que le compraba el jugo de chirimoya todas mis mañanas), en la que después de escuchar las noticias de la radio la niña le preguntó: «¿por qué matan tanta gente en Colombia?» y su madre le respondió, sin saber que yo era colombiano, «Pues así son no más, hijita, violentos, no ve». La radio estaba anunciando el asesinato de un líder social más, sin nombre, sin cara, sin culpables, sin razones. Solo comunicaron la escandalosa cifra que aumentaba a más de 300 asesinatos desde que se firmó el Acuerdo de Paz y que hoy 14 de agosto, según la Defensoría del Pueblo, completa 337 líderes con la muerte de Alfredo Manuel Palacio Jiménez en el pueblo más querido de la literatura colombiana: Aracataca.
Violencia política
En defensa del testimonio literario
Cada texto testimonial está íntimamente ligado al presente de su escritura y el mío está marcado por mi sensación de ser un átomo fuera de órbita, en el exilio, con una memoria de retazos. En Colombia tienen, también, que abocarse a juntar los retazos y darles forma, y eso requiere un esfuerzo mancomunado que sea capaz de poner en práctica el arte de no olvidar.
“Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode”. Notas sobre un nuevo diciembre en la Argentina
Profundizar este rumbo de reformismo permanente, le va a requerir al gobierno apelar a un mayor nivel de represión, y, probablemente, insistir aún más encarnizadamente en la construcción de enemigos internos.